César recuerda sus tiempos gloriosos, justo antes de la guerra civil, cuando manejaba dinero como si fuera el ya difunto Craso, a manos llenas.
Ya lo sabía por experiencias anteriores, pero la escala a que se había izado le permitía ser tal vez el romano más acaudalado. Podía comprar a cualquier magistrado romano. Y eso, para un político, era la cima más alta.
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