Rogando al lector disculpas
por ser Webmaster zaguero -
que no sabe ser puntual
por juerguista y trapichero -
he terminado el artículo
de Ptolomeo III
Evergetes, por más señas,
según estableció el clero,
porque encontró allá en la Siria
y trajo en triunfal festejo
cien estatuas de los dioses
que un asirio traicionero
se llevó como botín,
junto con mil prisioneros,
con oro nubio y con plata,
en total, diez mil talentos,
que el muy rufián afanó
en ya muy lejanos tiempos
cuando conquistó el Egipto
en un triste y mal momento.
Y termina ya la vida
del monarca Ptolomeo
que fue el último de la cuerda
que fue Ptolomeo entero,
como lo fuera su padre,
y como lo fue su abuelo:
Monarca con dos riñones
que a los demás no dio juego,
que mandó en plan absoluto
con acierto casi pleno.
Si en algo se equivocó,
fue en designar su heredero,
porque el cuarto fue un mal bicho,
hermano sucio y rastrero,
pero eso es mejor dejarlo
para un día venidero.
Lo demás de Ptolomeo III Evergetes.
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