El Viernes de par de mañana amanecí sin ordenador. Todo el mundo sabe que eso es una pequeña catástrofe. No podía cargar mi artículo, casi terminado y pendiente sólo de los últimos retoques. Las cosas adversas suceden precisamente en Viernes. No pude lograr que me lo arreglaran. El Lunes lo harán.
Pero ayer a la noche, por un reflejo condicionado involuntario, conecté el ordenador que no funcionaba. y, por una de esas casualidades fortuitas y raras, funcionó, se enchufó y hasta lució su pantalla más habitual.
Por eso hoy cuelgo el colofón de esa investiagación de andar por casa que nos hemos traído sobre Paternoster Row, más un divertimento sobre la influencia, en nuestro tiempo, de la anchura de las ancas de los caballos romanos.
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