Hablar de difuntos egipcios de la Antigüedad y no mencionar al farón Tutankhamon es una contradicción. Simplemente, porque tenemos de él más restos de gran valor que de todos los demás faraones juntos. La razón, ser Tutankhamon el único faraón cuya tumba no fue saqueda por los ladrones de los últimos 45 siglos.
Durante esos 4.500 años, los amigos de lo ajeno, y a veces depauperados nativos, no tuvieron otra cosa que hacer que dedicarse a expoliar cada tumba de la que tenían noticias. Se lo llevaban todo, menos el sarcófago de piedra, que, además de valer poco, pesaba mucho y no cabía por la puerta. Pero por un azar del destino, la tumba del joven yerno o hijo de Amenofis IV, más conocido como Akenhaton, se salvó del latrocinio integral.
Cierto que lo que se enterraba con el faraón, nadie más podía permitírselo. De modo que con la visita de hoy observamos la cima, el "non plus ultra" del culto a los muertos. En los demás casos, habrá que ser más modestos y conformarse con menos, con bastante menos.
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