Las consecuencias de una desinformación en temas trascendentales mantenida durante 17 siglos son inmensas. Tenemos las meninges infectadas y los más grave es que no somos conscientes de ello. El hecho de que el engaño haya funcionado a la perfección durante tantas generaciones ha hecho que la inmensa mayoría de Occidente duerma apaciblemente y sueñe estar despierto.
Es como si se hubiera injertado en nuestro ADN un nuevo gen de inconsciencia. Y dicho injerto nos inmunizara contra el antídoto. De hecho, todas las dificultades que experimente el lector para comprender la situación en la que se encuentra provienen de ese gen, de esa política de desinformación genética. Digo genética porque se viene practicando desde 52 generaciones atrás.
Ese gen hace que nos adaptemos a la anormalidad y la consideremos normalidad. Y la consideramos normalidad porque así son las cosas desde siempre, desde hace 52 generaciones o 1.700 años. El trabajo de modelación ha dado sus frutos, nuestros lejanos antepasados fueron moldeado y nosotros hemos salido ya modelados, conformados, adaptados a la anormalidad desde el nacimiento.
Se nos ha hecho perder todos los logros en temas trascendentes que nuestros antepasados habían alcanzado a través de generaciones. Ellos accedieron a saber que el ser humano consta de cuerpo, alma y espíritu. El cuerpo, lo que se ve. Llamaban alma al conjunto de sentimientos y pensamientos del humano. Esto tampoco es discutible. Y llamaban espíritu a la componente del ser humano que distingue y opera en la Dimensión Superior. Superior a la mente, de otro orden que ella. Sólo está claro que poseen espíritu para quienes lo han desarrollado siquiera un poco.
Pues bien, para el cristianismo de Constantino (decimos cristianos, pero debié-ramos llamarnos constantinianos) el humano sólo tiene cuerpo y alma. El hombre es un "λογικον ζωων" un "animal racional", taimada traducción de "ser vivo dotado de Logos". Sobre este eje giró la reforma constantiniana: Nos amputó el espíritu. Por emplear una palabra políticamente correcta. Fue una castración imperial, a todo el Imperio. Y de la parte más noble, de la componente trascendente. No interesaba. El poder está más cómodo con ciudadanos incapacitados y humillados. Y hasta hoy.
En Roma, donde se formaban los futuros cuadros del Imperio, era habitual man-dar a los jóvenes a Grecia a terminar sus estudios. Hoy los mandamos a Inglaterra o a Estados Unidos. Allí aprendían en directo cómo se desarrollaba el espíritu. En una pala-bra, evolucionaban. Y los cuadros que regirían el Imperio, aun con todas las imperfec-ciones comprensibles, estaban formados en la Ética y el Conocimiento. Sólo así se ex-plica que hubiera una hornada de Emperadores filósofos, los Antoninos.
Teodosio en el año 475 cerró las Escuelas de Filosofía y condenó al espíritu a las catacumbas. Así se culminó la castración. Y desde entonces, los ciudadanos del Imperio están faltos de su mejor sumando. Y los jóvenes se forman sin Ética ni Sabiduría. Así los depredadores andan a sus anchas. Y llevamos así 52 generaciones. No podemos quejarnos de cómo anda el mundo o de qué mundo tenemos o de que haya guerras injustas. Tenemos lo que nos hemos dejado hacer.
Comentarios